jueves, 18 de junio de 2009

Juan José Saer

"No hay, al principio, nada. Nada. El río liso, dorado, sin una sola arruga, y detrás, baja, polvorienta, en pleno sol, su barranca cayendo suave, medio comida por el agua, la isla."

Así comienza, transcurre y finaliza el libro del cual no puedo, ni debo, hacer reseña alguna por el simple hecho de que no habría nada que decir. Porque tratar de describir la escritura de Saer es tan imposible como palpar lo intangible. Además ¿qué se puede decir de una ¿novela? que no narra una historia sino una serie de momentos interminables?
Más que estar conformado por palabras, parecería que nadie nada nunca está compuesto por una serie de Polaroids, en dónde la historia que se cuenta es sólo un pretexto para el uso del lenguaje. Tanto es así, que cada fotografía de palabras puede ser leída como un algo independiente.

Puedo decir que nunca en mi vida he leído un libro así (y dudo altamenta que vuelva a hacerlo) la manera de narrar de Saer permite lo que, hasta hoy, yo creía imposible en la literatura; colocarte ahí, en el instante que narra ¿Cómo lo hace? Con un bombardeo de imágenes, interminables, una tras otra, con adjetivos, descripciones, dispuestas a través de comas en oraciones que nunca terminan.

Lo que el autor argentino escribe en Nadie Nada Nunca dista mucho de ser prosa, pues no fluye como tal y exije, al igual que la poesía (sólo la verdadera poesía),  demasiado del lector. La de Saer es una literatura sin tiempo, dispuesta en diferentes perspectivas hacia una serie de los mismos objetos (la playa, las toallas de colores, los bañeros, la isla, el cielo, el bayo amarillo, la casa blanca de baldosas, la canoa verde del Ladeado, las tiras en los zapatos de Elisa, el sudor provocado por el calor de febrero, el mes irreal), que si bien siempre son iguales, se perciben diferente desde la voz del que los mira. Sus descripciones son tan minuciosas que uno prácticamente las puede palpar. Se pinta la realidad desde la imaginación y si esto no es lo menos convencional, anti-aristotélico, e irónico dentro de los canones absurdos de la crítica literaria- y otros demonios- no sé que lo es. 

La repetición de los mismos parráfos en diferentes partes del libro dan la sensación de circularidad, en donde siempre lo que se intenta describir y de lo que se intenta hablar pasa a segundo plano después que, para llegar a su mención se ha hablado de una serie indefinible de otras objetos (tal es el caso de la isla en la cita de arriba).

En fin, es una novela que ha exijido mucho de mi tiempo y mi atención (214 páginas que me tomaron alrededor de tres meses leer). Sin embargo, a pesar de los jalones constantes de pelos, esta novela anti-novela ha valido cada instante de mi esfuerzo.

"Transcurre un instante en el que ningún instante transcurre."